viernes, 10 de diciembre de 2010

Marruecos

No hubo odio en su mirada,
ni la tierra árida se convirtió en manto
cuando ellos por allí pasaban.

Un olor que a veces llega,
y tan profundo que se les olvidaba
que llegaba con gusto mi hora de la merienda.

No sólo huele a pobreza;
sus manos delataban sus vidas,
allí escritas sonaba cada melodía,
cada nana que ya perdida,
sonaba por altavoces rotos y viejos.

Conteniendo un nítido abrazo
que con gusto le hubiese regalado
a una tierra que no espanta,
pero sí anuda en la garganta
vocales que ni siquiera se atreven a salir.

Ojalá una gota de cada lágrima
que no derramé por vergüenza,
se conviertan ahora en inmensa alegría
por haber compartido algo más
que abrigo en una noche de tormenta.



Estefanía

No hay comentarios:

Publicar un comentario